9 de octubre de 2010

Soy yo

La discoteca está llena, la música retumba en las paredes y el bajo golpea los oídos y los pechos de los sudorosos cuerpos que transpiran al unísono. Copas caen y se hacen añicos, de la barra salen botellas de licor y sobre ella se pasan billetes arrugados. Parejas se forman momentáneamente para compartir un baile, intercambiar dígitos y, si tienen suerte, continuar la noche apasionada en otro lugar (y con derecho a desayuno). En medio de ese caos de luces y oscuridad, de cuerpos revueltos y de licores vendidos hay una figura inmóvil, ligeramente alejada de la multitud e iluminada tenuemente por la luz azulada de un teléfono celular que le baña el rostro. Esa soy yo.

Una muchacha pálida, mira furtivamente por la ventana de un carro blanco, ribetado de amarillo y negro a los costados, en el que estará solamente el tiempo que le tome llegar a su destino. Ella mira el cielo y siempre piensa que sería maravilloso pintarlo, que nunca nadie podría pintar un cielo que transmita tanta tranquilidad como el que la cubre en ese momento ¡Ni hablar de si está lloviendo! eso es casi una experiencia religiosa. La muchacha que ve por la ventana y admira el cielo, soy yo.

En un andén caluroso, una multitud de personas se desplaza en una misma dirección, se tropiezan, se empujan, se insultan en su afán de llegar rápidamente a su destino. Un rugido gravísimo anuncia que la superestructura de metal a la que todos deben -no quieren- ingresar se detiene, alargada como una serpiente, frente a la muchedumbre; en ella, resalta como un lunar en una espalda blanca una persona que va con los brazos pegados al cuerpo, que no levanta la mirada de no ser absolutamente necesario, que no grita improperios, que no empuja y, que respira profunda y sonoramente ante la barbarie que la rodea. Esa soy yo.

En un lugar oscuro -pero amplio como el infinito- se mezclan rostros, sensaciones y recuerdos hasta convertirse en borrones. Surgen increíbles dudas y miedos que intentan ser contenidos con los fuertes amarres que a veces logra crear la razón. En ese sitio reina el pasado; vivencias deslavadas de una niñez dejada atrás hace mucho tiempo, se cuelan por los dolorosos hoyos que dejaron los despechos cuando fueron arrancados con las uñas. Pero aquí también hay espacio para el futuro; donde están los sueños, las incertidumbres y los deseos que permanecen ocultos por estar demasiado cargados de pasión para salir a la luz. Este mundo nunca descansa, se alimenta del insomnio que produce y mantiene en vela a una pobre mortal. Esa mortal insomne soy yo.

La que escribe estas líneas hoy, la que busca en algunas letras el desahogo del corazón, la de los despechos desgarradores, la de las rabias explosivas, la del oscuro sentido del humor, la de las pocas horas de sueño, la de las hormonas alocadas y la que nunca está satisfecha. Esa misma... esa te vengo siendo yo.

1 comentario:

Dani Truzman dijo...

la luz azulada que iluminaba tu rostro en aquella discoteca... Era yo

Bueno, mi conversación por bbm que viene a ser lo mismo.

Buen escrito, Comadora!

att

La Come comas