8 de marzo de 2016

Siempre he sido emigrante

Digamos que las noches no son mis mejores momentos. Apenas apago la Mac y me doy media vuelta, me asaltan todos los pensamientos terribles que alguna vez me han pasado por la cabeza, incluso algunos nuevos.

Anoche no fue la excepción.



Recuerdo que en Caracas mis pensamientos nocturnos giraban en torno a mi vida allí, el miedo a morir (a que me matasen, en realidad), la frustración de sentir que desperdiciaba mi juventud en un país sin futuro, la envidia que le tenía a mis padres y abuelos por haber vivido en "otra Venezuela", el miedo profundo a pensar que ese país terminaría por ser mi ancla al subdesarrollo.

Cuando hablo de Venezuela suelo referirme a ella como "ese país", al que nunca pude sentir mío. No por falta de esfuerzo, sino por falta de amor. Para mí vivir en Venezuela era como estar atrapada en un matrimonio obligado, en el que además el cónyuge abusaba de mí todos los días.

Alguna vez dije que los venezolanos sufrimos de Síndrome de Estocolmo, Venezuela ha sido nuestra secuestradora, nos hace daño, nos agrede, pero aún así queremos quererla. Nos convencemos de que la queremos.

Porque si no queremos a nuestro país, ¿qué somos?, ¿de dónde somos?, ¿a quién nos parecemos?.

Yo nunca he sentido que soy de algún país, ni siquiera del que proviene mi pasaporte. En Venezuela nunca sentí conexión con las costumbres, con la forma de hablar, con la idiosincracia (ni cuando era buena).

Cosas tan tontas como ir a la playa, comer carne roja, escuchar música llanera, tener ansias de conocer la Gran Sabana, nunca me resultaron atractivas mientras que a muchos les eran esenciales.

Mi color de piel también se volvió un tema polémico. Al crecer en una sociedad que lleva más de quince años cosechando el rechazo entre clases y desenterrando odios absurdos entre castas de la época de la colonización, sentí por primera vez el rechazo constante. Me daba miedo ser blanca en un país donde asocian el color de piel con el dinero, donde el dinero causa odio, donde el odio incita a la violencia y donde la violencia es impune.

Venezuela me rechazaba como a una enfermedad. Solo pensaba en salir, en irme de allí y en buscar esa tierra prometida donde pudiese ser asimilada y aceptada.



Tomé la decisión de venirme a España, pero no he querido ser española. Madrid me ha abierto los brazos, me ha tratado suavemente, pero no me siento de aquí. Los españoles son gente buena, pero aún lidian con el racismo. Un racismo que va más allá del color de piel, que les hace odiar tu acento, tus palabras, tus eses y tus zetas.

Debo decir que nunca me han tratado mal, pero sí me he encontrado a muchas personas que ven mis americanismos como una discapacidad y que, aún sin quererlo, me lo hacen saber. Afortunadamente, siempre he sido capaz de defenderme alegando individualidad, lo triste es que nunca he podido contradecirlos por completo.

Hoy, por primera vez en casi un año, me levanté para mirar las noticias en Twitter. Grave error. Lo primero que me aparece en el timeline es un tweet del periódico El País en el que alegan que ya han atrapado a uno de los delincuentes que mataron a un joven en un enfrentamiento en Puerta del Sol. Le hago seguimiento a la noticia y me doy cuenta, con pesar, de que todo el lío radica en las bandas latinas.

¿Bandas latinas? ¿Esto es en serio?... Sí, lo es.

Aparentemente, en Madrid (e imagino que en toda España) desde hace algo así como diez años, han habido bandas latinas, grupos de jóvenes latinoamericanos o hijos de inmigrantes que han decidido, por algún motivo que escapa a mi comprensión, agruparse en bandas que no se dedican a más que a la delincuencia.

Sé que muchos dirán que la violencia no es algo exclusivo de los latinoamericanos. Bien, lo acepto. Pero lamentablemente, hoy no vi ninguna noticia de algún grupo de agresores escandinavos que se mataran a puñaladas.

Intento ponerme en los zapatos de un español cualquiera que, como yo, se haya levantado hoy a leer esa noticia. Yo también querría expulsar a todos los latinos de mi país, sentiría repulsión por lo que pasó y me daría mucha rabia que no respetaran mi suelo.



Es difícil no pertenecer, no sentir raíces, no sentir el tirón que te debería dar la tierra cuando escuchas un "chamo" espontáneo por la calle. Ser de ningún sitio.

¿Es posible ser solo emigrante? ¿Esa puede ser mi condición permanente? ¿O es que aún no he dado con el sitio del que soy?

6 de marzo de 2016

Two 'funks' don't make a right

Ya hace casi tres años que coincidimos. De que la vida te puso en mi camino para enseñarme que no se puede dar demasiado, ni se puede andar por ahí soñando despierta.

No me arrepiento de haberme arriesgado, no sabía el efecto que tendrías en mí. No tenía idea de que por dentro eras solo oscuridad... O sí, pero me llenaba la boca diciendo que yo podía sacar lo mejor de ti y salvarte de lo que llamé tu post break up funk.

En la universidad siempre me gustó la clase de documental (no necesariamente por el profesor) sino porque supe que para poder apreciar las cosas tienes que guardar distancia, que no te puedes involucrar, que todo está en ser objetivo. Yo siempre he pensado que una de mis grandes cualidades es ser objetiva.

Ahora, a esas normas básicas del documentalista, le agrego el tiempo. No solo la distancia me ha permitido evaluar nuestra no-relación con toda la objetividad que he podido recolectar a través de los años, sino el tiempo. Hace un año se me hubiese hecho imposible ver las cosas como las veo hoy, sin un pedestal, sin filtros de nostalgia, sin idealizarte.

Porque hacer que te idealicen es tu principal atractivo, hablando en términos que entiendas: es tu ventaja competitiva.

*wink, wink*

En mí supongo que viste mis inseguridades, que también notaste mi post break up funk. ¿Presa fácil?, no lo llamaría así. La verdad es que tampoco hice mucho esfuerzo en ocultar que me atraías.

Pero estoy divagando. Lo que quiero decir es que al fin he visto todo con claridad. Magnificaste mis pequeñas inseguridades para engancharme, te abriste a mí no para que te conociera sino para que entendiera (creyera, en verdad) que eras un ser irrepetible y que yo era especial no por mis cualidades, sino porque tú me habías elegido para compartir tus pensamientos y tus historias.

Para disimular tu egoísmo, te disfrazaste de alma libre. Me confesaste que siempre anteponías tu bienestar antes del de otro, pero de una forma en la que yo me sintiera protegida y fuera del alcance de tu cuchilla. Bueno, hasta ahora.

Digamos que lo del egoísmo fue lo más sincero que jamás me dijiste.

Sin embargo, aunque todo este texto pueda parecer que no es cierto, he aprendido mucho de mí gracias a ti. Ahora sé que dar demasiado nunca está bien, lo mejor es guardarse, esperar, conocer, aceptar y decidir. Sé que nadie puede tener más poder sobre mí que yo. Sé también que quien quiere no es egoísta y que las personas se vuelven incapaces de querer si así se lo proponen.

También aprendí que no vale la pena conformarme, ninguna persona es un premio. Afortunadamente, me di cuenta a tiempo de que sacrificar mi paz por tu capricho no iba a llevar a nada.

Lo mejor de todo es que de esos meses no me hace falta nada, que hoy puedo escribir estas líneas con total tranquilidad, sin pensar en quien las lea, lo que piense de ti o lo que piense de mí. Es la verdad, es lo que pasó, lo que pienso.

Tampoco echo de menos la amistad, si es que alguna vez la hubo. Escucharte hablar de ti mismo ya no es una novedad para mí, menos si ahora tu vida se ha reducido a un trabajo que odias, un apartamento pequeño y una relación que, según tú mismo, ni siquiera se merecía ese nombre. Además, ya que estamos en full disclosure mode, si hubiese amistad al menos sabrías donde vivo.

No te deseo mal, de verdad. Te deseo que aprendas.

¿Cómo íbamos a enamorarnos?

Cómo vamos a enamorarnos si no levantamos la mirada del teléfono.
Si nos hemos visto más las letras que los ojos.
Si no podemos recrear el sonido de nuestras voces.
Si no nos atrevemos a darnos sobrenombres.

Cómo vamos a enamorarnos si nuestra zona de comodidad está cercada por un alambre de púas.
Si no podemos articular un “te extraño”.
Si pasamos el tiempo solos.
Si planeamos futuros distantes.

Cómo vamos a enamorarnos si no nos conocemos los lunares.
Si nos gustamos más de traje que recién levantados.
Si los domingos son días corrientes.
Si la ducha tiene solo una plaza.

Cómo vamos a enamorarnos si estamos tan lejos.
Si no sentimos la distancia porque nunca fuimos cercanos.
Si nuestros viajes no incluyen acompañante.
Si no nos tomamos de manos.

Cómo vamos a enamorarnos si no queremos lo mismo.
Si no compartimos desagrado por las aceitunas.
Si no nos acompañamos para bailar.
Si uno vive en un desierto y el otro va en busca del mar.