17 de agosto de 2010

¡Quiero viajar!

Pero viajar en serio, como Dios manda: en avión y fuera de aquí.

Ya van 10 años en los que no he salido del país, al menos 8 en los que no me he montado en un avión y mínimo un semestre que no salgo de Caracas (¡En serio! No recuerdo la última vez que fui a la playa... ¡Por las cholas de Mahoma, ya ni tengo marca de traje de baño!)

Si alguna de esas personas que ganan millas de "viajero frecuente" -si es que eso aún existe- lee esto, puede que se escandalice de mi precaria situación de movilidad geográfica. Pero para los que me conocen es una situación no sólo normal, sino perenne.

Toda mi vida he vivido en el oeste de Caracas, estudié en un colegio en El Paraíso y luego en la UCAB, ni siquiera viví esa parte de la experiencia universitaria de llegar tarde a clases por las colas o por un atascón de gente en el Metro.

Cuando era colegiala llegaba a clases en 30 minutos si, y solo si, había una catástrofe terrible en la Av. Páez y para ir a la UCAB me tardaba (sin exagerar) 5 minutos en Metrobus. Es evidente que mis padres nunca quisieron que me alejara mucho del nido.

Ahora, por cuestiones de trabajo, he ampliado mis horizontes a 18 estaciones de Metro o su equivalente en la superficie: 1h 30min en taxi, sólo desde mi casa a la oficina. Esta es una confesión digna de una gran L en mi frente, al más puro estilo de la presentación de Glee -grupo del cual sólo podría formar parte por ser loser y seguro sería back-up dancer- ¿pero qué se le va a hacer? Así ha sido mi realidad.

Desde mis 15 años la necesidad de volver a viajar se me ha vuelto casi insoportable. Ese año, recuerdo que había logrado convencer a mis padres de que me mandaran a un crucero de quinceañeras como había querido toda la vida, pero el Tío Chávez decidió hincharle tanto las pelotas a la oposición que convocaron al famoso e infame paro laboral. Evidentemente, le dije adiós a mi viaje y me conformé con que el gran acontecimiento de mis 15 años fuera conseguir 3 botellas de Coca-Cola en medio de la escasez. Dato curioso: Yo no tomo Coca-Cola.

En fin, esas pequeñas cositas de mi historial de vida, sumadas al hecho de que pasar demasiado tiempo revoloteando en el caos caraqueño vuelve loco a cualquiera (incluso sin ponerse a ver Globovisión todas las noches) me hicieron llegar al punto de no retorno -metafóricamente hablando- ya no es un capricho, es una necesidad: Laura tiene que viajar.

El sólo pensar en hacer maletas grandes, oler mi pasaporte (todavía huele a papel nuevo), pisar Maiquetía sabiendo que no voy a recibir a nadie, incluso pasar roncha cuando el vuelo se retrase, hace que se me vuelva agua la boca y se me acelere el corazón.

Es hora de que Laura viaje, conozca lugares nuevos, aprenda nuevas palabras, se tome fotos en sitios turísticos, diga: "soy de Venezuela" y cuando le pregunten por Chávez diga que prefiere hablar de las misses y lo feo de sus trajes típicos, se invente un nombre y una vida aventurera para agarrarse a un extranjero que no verá más nunca y que, sobre todo, pueda tener la hermosa sensación de que al menos por un tiempo puede comenzar de cero, sin rollos ni preocupaciones, en un lugar bien lejano.

Meta de este año: Montarme en un avión y viajar. He dicho.

2 comentarios:

Alejandro Gouveia dijo...

Excelente meta Laura! De verdad que 10 años son bastante... algunas ideas ya de a donde ir? Pues te recomiendo algunos lugares: Londres es una excelente ciudad para visitar, vivir... es excitante al principio, a la larga no tanto; Paris es fascinante mejor si vas en compañia de alguien especial, al igual que Praga y Vienna, son ciudades muy románticas; el Oktoberfest en Munich es fantastico... claro si te gusta la cerveza; Bruselas es interesante tambien.

Espero logres tu meta... exito con eso!

Laura dijo...

¡Uh! Londres siempre ha sido mi destino de corazón, pero quizás ahorita mis condiciones monetarias no están para un viaje tan largo.

Además, to be honest, en este momento el destino puede ser cualquiera, lo que quiero es la experiencia.

¡Mil gracias por tus buenos deseos!