26 de julio de 2011

La carta que nunca se escribió

Empecé a escribir este micro cuento de "ficción" el 28 de octubre de 2010, hoy lo rescaté de mis borradores y lo terminé. La mejor forma de terminar una historia es poniéndole un punto final.

Ella se sentó a su escritorio de madera, uno que casi nunca usaba porque la hacía sentirse muy adulta, pero en esta ocasión necesitaba sentirse adulta para lo que iba a hacer.

La noche anterior le había dado muchas vueltas al asunto, había revivido cada momento junto a él, había llorado y había tomado una decisión. Era hora de ponerle punto final al asunto.

Una hoja en blanco le devolvía la mirada ¿por qué no le escribió un e-mail y ya? ¿por qué siempre tenía que ser tan "enchapada a la antigua"? "No" -se dijo- "Tiene que ser una carta".

No sabía por donde empezar, era tanto lo que tenía que decir y sacarse de adentro, que no lograba ordenar las palabras en su mente. Se repetía que no sentía miedo, que no sentía dolor, pero ¡vaya que lo sentía! Sabía que una vez que las palabras abandonaran su pluma y se plasmaran en el papel, no habría vuelta atrás, la relación se acabaría para siempre. No lograba aceptar que era lo mejor para ella.

"¿Cómo hacer lo correcto puede sentirse tan mal?" se preguntaba una y otra vez, a la espera de encontrar una respuesta que implicara dejar atrás esta idea de escribirle todo lo que sentía, de ponerse en evidencia ante él una vez más.

Estuvo contemplando el vacío un rato, aún sentada frente a su escritorio, y sin querer, las últimas palabras que le escuchó llegaron a su mente con vívida resonancia. Aquellas palabras que, sin previo aviso y sin anestesia, destruyeron lo que él fue una vez para ella. Las palabras que le revelaron un engaño.

"Sí, era ella. No quería que te enteraras así. Mi intención nunca fue herirte." Eso había dicho él con la voz ronca y quebrada. Quizás más por la vergüenza de haber sido descubierto que por la certeza de que le estaba haciendo daño.

Ahora las jodidas lágrimas le inundaban los ojos, la hacían sentirse otra vez como una tonta, engañada, débil... ¡Cómo odiaba sentirse débil!

Se secó las lágrimas con determinación. "Nadie merece mi llanto" se dijo. Tomó una bocanada de aire, como quien está a punto de lanzarse al agua, y comenzó a escribir.

Éstas serán las últimas palabras que te dedique, no por rencor, sino porque de verdad deseo olvidar que esto pasó y la única forma que conozco de olvidar algo es borrarlo. Eso es lo que haré contigo, con nosotros (si es que alguna vez existió un "nosotros")

Confieso que no sé por dónde empezar, todavía veo todo lo que está pasando con incredulidad. Siempre creí que esto le pasaba a las mujeres controladoras, a las egoístas que solo quieren ser el centro de atención, a las que no les importa el bienestar del otro. Me equivoqué. A mí, que siempre procuré tu felicidad me pasó igual. Me volví noticia vieja, dejé de ser "interesante". Porque ahora que lo pienso, creo que eso fue lo único que te atrajo de mí. ¡Qué tristeza!

No me malinterpretes, es perfectamente válido, los niños lo hacen todo el tiempo. Dale a un niño un juguete nuevo y por un momento creerá que es lo mejor que ha tenido, que nunca se cansará de él... hasta que vea otro, que no tiene que ser mejor, pero lo deslumbrará por el sólo hecho de estar metido en una cajita y serle desconocido.

Aunque es una justificación infantil, es la justificación que te doy.

Sin embargo, no te perdono. No te perdono que me ilusionaras, no te perdono que me mintieras ni te perdono que me desecharas.

Hay tanto que te queda por aprender y por madurar. Algún día te darás cuenta de que la gente no es sustituible ni eterna. Quienes están hoy a tu lado, no estarán ahí por siempre. Aprovecha, valora y agradece que la vida te pone a estas personas en tu camino, y no las dejes ir... otra vez.

No me voy a llenar la boca diciendo que fui lo mejor que te ha pasado, pero diré con toda seguridad que conmigo lo tenías todo. Es una lástima que no hayas sabido verlo y que ahora lo tengas que dar por perdido.

Aquí es donde la gente suele decir que recordará los lindos momentos sin rencor, pero ambos sabemos que no lo haré y tú tampoco. Lo único que te puedo prometer es no recordarte, y ya eso es pedirme bastante.

Sólo espero, que nunca tengas que arrepentirte de tus decisiones.


Firmó la carta con una letra temblorosa, sentía que estaba firmando un acta de defunción. Este era el fin. Sentía un hoyo en el estómago, quería gritar, quería romper el papel y volver atrás el tiempo... Pero se prometió que lo haría -terminar- y ella nunca rompía una promesa.

Dobló la carta con cuidado, la dejó sobre la mesa, derramó algunas lágrimas, pero esta vez las permitió correr. "Esta será la última vez", se repitió mientras se rendía a esa momentánea debilidad, lloró y se durmió. Mañana será otro día, mañana este final será el comienzo de algo nuevo, el comienzo del camino hacia lo que tanto anhelaba: su tranquilidad.

1 comentario:

Unknown dijo...

Siempre se toman decisiones momentaneas pero son como todo. El valor dura poco, lo unico que debemos buscar y encontrar es fuerza de cvoluntad, para lo que sea.

Saludos.