Hoy, por primera vez desde que abrí este blog y abrí esta caja de Pandora que tengo por cabeza, he decidido escribir sobre el amor... o sobre lo que parece ser amor, al menos.
No suelo caer en estas cursilerías y, francamente, no creo en el amor como lo pintan. Pero hay dos hechos específicos que han logrado tambalear mis convicciones.
El primero es la no-historia de "los viejitos de Altamira", la llamo no-historia porque no sé realmente nada sobre ellos, pero con verlos no puedo evitar que mi imaginación vuele.
"Los viejitos de Altamira" son dos señores que, religiosamente, están en la Plaza Altamira esperando el Metrobús a las 9 de la mañana todos los días, puntuales como un reloj suizo. El señor siempre va vestido igual: de marrón y con un bolso gris medio raído al hombro. Él siempre espera a que su mujer -una señora bajita y rechonchita con cara de dulzura- se monte en el autobús y se vaya.
El señor, increíblemente no se mueve del sitio hasta que el Metrobús se pierde de vista -lo sé, porque después de notar este comportamiento, los veo con mucho más detalle- y ella, desde su asiento, no deja de verlo y de despedirse con la mano hasta que la plaza se pierde de vista en una esquina.
Mientras más los veía, más me sorprendían ¿Es posible que después de una vida entera juntos, haya personas que aún sienten tanto cariño uno por el otro? ¿Es posible que haya un cariño tan fuerte, como el que hace sentir a ese señor la necesidad de compartir hasta el último instante posible con su viejita?
No sé si sea amor, pero parece.
Por otro lado, hoy tuve la oportunidad de estar frente a frente con un ejemplo de que para algunos sí aplica lo que predicaban los Beatles: "All you need is love".
Hoy compartí un rato con la familia que viaja en
El Bicho Latino: Matu, Shanti y su hijita, Zaina. Debo admitir que la buena vibra que irradia esta pareja de viajeros es impactante y cuando te cuentan su historia, se vuelve casi abrumadora.
Es como estar frente a una novela de carne y hueso, de esas en las que el galán dice: "Dejémoslo todo y huyamos".
Matu es argentino, fotógrafo y exitoso diseñador gráfico, amante del sol y la playa. En una de sus escapadas al mar, conoce a Shanti, una belga que se dedica a la fotografía de moda por profesión y a retratar imágenes de la naturaleza por pasión. Como era de esperarse, Matu y Shanti se juntan.
La parte más admirable de la historia es la que viene. Luego de estar juntos un tiempo, deciden dejarlo todo atrás -casa, familia, trabajo- para lanzarse a la aventura de viajar por el mundo. Sin más que unos pocos ahorros y un autobús bautizado como "El Bicho Latino", Matu y Shanti comienzan su aventura por América. Así fue como, hace 5 años atrás, salieron de la Patagonia a viajar por el continente.
Unos años después, en la selva de Ecuador, nace Zaina, la nena más dulce que se podrán encontrar -tomen en cuenta que yo soy el ser menos maternal del mundo, pero admito que estaba derretida con la muñequita- quien, junto a la perra Marta que fue adoptada después en Colombia, pasa a ser parte de esta "familia rodante", corta en dinero, pero rica en afecto.
Al sol de hoy, El Bicho Latino está parado -y averiado- en La Floresta (Caracas) y lleva en Venezuela un poco más de dos años. Matu y Shanti, ambos perdieron sus cámaras fotográficas y gran cantidad de dinero en gastos de supervivencia. Cualquiera que no los conozca pensaría que la travesía del Bicho llegó a su fin y que, luego de tantas dificultades, la relación de la pareja no aguantará mucho más.
Sin embargo, el espíritu de estos viajeros no sólo los mantiene motivados a continuar su recorrido -planean tomar un barco hasta Panamá y, eventualmente, llegar a México- sino que los mantiene, al menos en apariencia, tan enamorados el uno del otro como una pareja en su luna de miel.
Mientras Matu habla, Shanti lo acaricia en la espalda y lo reconforta, cuando le toca a ella hablar, Matu la observa en silencio y casi con devoción. Es imposible estar en presencia de esta pequeña familia y no desear todo lo que ellos tienen: un cariño tan sólido que no lo rompe ni los años ni los obstáculos.
No sé si sea amor, pero lo parece... Y, francamente, si nada de esto es amor, no sé qué lo sea.